Sizzling fish tandoori served with basmati rice in cabbage leaves/pescado tandoori servido con arroz basmati en hojas de repollo
Estaba contento al saber que el tramo aburrido del viaje en bus había sido por la noche, desde la madrugada, estuvimos atravesando un paisaje subtropical. Al mediodía, ya estabamos decendiendo por los ghats occidentales, pasando plantaciones de café, por lo que es famoso el estado de Karnataka. Llegué a la estación de autobuses, sobre las cuatro de la tarde y me dirigí a la parada de tuk tuks. Me quedé asombrado con la limpieza de la terminal y sobre todo que aún no me habia acosado ningún mendigo. Más asombrado me quedé, cuando me dijo el conductor que estaba prohibido fumar en los tuk tuks en el estado de Karnataka. Mientras me llevaba al hotel, noté la ausencia total de montones de basura en cada esquina, como se suele ver por la India y en los cuatro días que estuve, no vi una sola vaca paseándose por las calles. También me fijé en la falta de manchas de los escupitajos rojos de los usuarios de paan. Comenté sobre estos descubrimientos que iba haciendo por el camino al conductor, que me dijo con cierto orgullo que la ciudad de Mangalore está en el top 10 ranking de las ciudades de la India. Más tarde descubrí que entra en el numero 8. Sobre 1520, los portugeses llegaron a Mangalore, como a otros puntos en la costa Arabica como Goa y Bombay, trayendo con ellos también la religión católica. Es una ciudad de 650,000 habitantes, en el distrito de Dakshima kanmada, rodeada por dos rios, el Netravati y el Gurupur. Mangalore es el puerto principal de Karnataka y es responsable del 75% de todo el café de la India. El hotel Surya quedaba apartado de la via principal, detrás de un restaurante, que aunque estaba practicamente en oscuridad, tenía una pinta interesante. El hotel era espacioso, limpio y la paisana en recepción daba una efusiva bienvenida. La habitación por 600 rupias no estaba mal, modesta pero limpia y con un inquilino que me agrado. Un pequeño lagarto estaba adherido a la pared y sería mi compi durante los cuatro días, asegurándome que haría un festín de qualquier insecto no de mi agrado. La primera cosa que suelo hacer cuando llego a una ciudad y no es muy tarde, es dar un paseo y ubicarme. Era una tarde agradable, calurosa, aunque un ambiente bastante húmedo. A primera vista, lo que noté era una sensación de prosperidad y que nadie hizo ningún ademán de venderme algo o pedirme limosna. A los 200 metros, las cosas mejoraron al encontrarme con una oficina de viajes donde hice pesquisas sobre los buses 'luxury' a Mysore. Era ya de noche y decidí que era la hora de cena y cama, y con ese fín elegí el restaurante subterraneo y oscuro. Si, era oscuro pero no tristón, tenía una luz tenue y agradable, con un ventilador pequeño que giraba unos 180 grados cada diez segundos. Me posicioné en una mesa estratégica donde se me permitiria un suave soplón cada 8 segundos. El camarero dejó pasar un minuto o dos respectuosos para asentarme, antes de acercarse con una amplia sonrisa. Pedí una botella de Kingfisher mientras me contaba que hace tres horas habían traido una tanda de pez rey, recién pescado al anzuelo. No necesité más, convencido, le dije al buen hombre que adelante con dicho pez. Dos cervezas más tarde llegó mi pez rey, estaba hecho a la parrilla al tandoori, en un bol hecho de hojas de col. Estaba de vicio, tanto que para los tres dias que me iba a tirar en Mangalore decidí, que este sería mi sitio para cenar. El sitio no solo era acojedor, pero tambien quedaba a diez metros de mi hotel. Al día siguiente, se me habia metido en la cabeza ir a la costa y bañarme en el cálido índico. Empecé el dia con una dhosa con yogur y chatni y un lassi de coco. A continuación, esperé en la cola del bus urbano y pregunté por el vehículo apropiado. Luchando entre las hordas para montar, le pedí por favor al conductor que me avisase cuando apearme, veinte rupias y alla fuí, empanado entre decenas de gente que no me quitaban los ojos de encima. Probablemente se estaban preguntando que hacía un turista en un bus urbano, cuando se podria permitir un taxi. Tenian razón y a los diez minutos empecé a arrepentirme y me prometí no volver a hacerlo otra vez. Al bajar, una vieja me apuntó hacia un polvoriento sendero y que lo siguiese. Empecé a patear, mis recién compradas chanclas me estaban destrozando los pies. Odio qualquier tipo de sandalia o calzado de pie abierto. Soy patoso y un paleto total intentando andar con esos dichosos artefactos, acabando siempre con pupas en los dedos. Soy de tenis. Pasaron quince minutos y aún no divisaba ningún horizonte azul resplandeciendo bajo el sol del mediodía. En vez de eso, llegué a un descampado, cubierto de polvo de carbón y en el medio unos sospechosos railes de acero al ras del suelo y peor aún, mis pies parecían unas katiuskas. A mi izquierda, vi un tren de mercancías y detrás varias montañas de carbón. A este punto, empecé a pensar si todos los pasajeros del bús se estaban descojonándose y el conductor teniendo que parar, ya que le sería imposible conducir por las carcajadas al mandar al extranjero al quinto culo. Pregunté a dos obreros, vestidos de petos y cascos de obra, si quedaba muy lejos la playa, haciendo unos ridiculos movimientos con los brazos como si nadando estuviese. Menearon las cabezas al lateral que en el sur indica un si y levantaron unos tres, cuatro dedos y siguieron apuntando en la dirección en que iba enfilado. Seguí pateando en mis katiuskas negras sin saber si los tres dedos eran tres minutos o tres horas, cuando empecé a oir gritos jolgoriosos y risas de gente que parecian estar pasándolo mejor que yo. De repente ví una raya azul que se hacia mas ancha y después arena, seguí y ahi estaba por fín, el mar! Que alegría! seguí hacía la orilla, deshaciéndome de las putas chanclas y me metí. El agua, parecía de bañera, templada pero húmeda y con cada ola mis katiuskas desaparecieron. Que delicía, cuando se me acabo el fondo, me tiré de espaldas y nadé y nadé, lejos de la playa, disfrutando del sol en mi pecho y de las olas que me pasaban por encima. A unos doscientos metros paré y pisé agua, un silencio me rodeaba, ya que no oía el barullo de la playa. Estaba solo, relajado con las olas que de vez en cuando lamían mi cogote, refrescandolo del sol índico del mediodía. Abrí los ojos y mire hacia la playa y vi centenares de caritas oscuras mirando en mi dirección, precisamente hacia mi! De repente me entró algo de pánico, que estaba mirando ésta gente? Podían ver algo que yo no veía? Giré la cabeza despacio por si había alguna aleta sospechosa cerca o a lo mejor una embarcación de dimensiones preocupantes. Nada y tampoco me había llevado la corriente, aún así, ya mosqueado, empece a nadar con calma de vuelta a la playa por si las moscas y además ya era hora de una cerveza. En pocos minutos salía del agua.... como la tía buena en la primera pelicula de Bond y la peña seguía mirándome, al recoger las ahora merdentas chanclas. Al pasarles eché una discreta mirada hacia mi chorra por si estaba cortando un perfil varonil contra mis shorts, no la estaba y seguí andando hacia un chiringuito de playa consciente que cientos de pares de ojos estaban clavados en mi espalda. Que estaba pasando? Hasta el tío del chiringuito me estaba mirando, estaba a punto de pillar un tuk tuk y salir de la playa de lo paranoico que estaba, pero no, mi lengua parecia la sandalia de Ghandi y un cerveza urgía. Me acerqué a la barra y pedí un Kingfisher. "Oh, lo siento señor, aqui no hay alcohol, es playa sagrada."
"como?" respondi, incapaz de asimilar lo que acababa de oir.
"Alcohol prohibido en esta playa, por razones religiosas, me entiende?". Francamente no le entendía para nada, era como llegar a Ortigueira y que me digan que esta es una playa judia, que la próxima era musulmana y si quiero una cátolica tendría que ir a Riazor! Bastante atónito, me conformé con un lassi de mango, que no era cerveza, pero aún así bastante agradable. Saqué mi paquete de Marlboro y le dije con algo de sarcasmo que me imagino que fumar estaría permitido..... Otra vez, el individuo, que ya me estaba empezando a cansar puso una cara..... Tomó aliento y me dijo que también estaba prohibido. "Como!!!", me volví arrepetir. Al tío le debí de caer bien, porque miró furtivamente a su alrededor ( yo tambien, tan paranoico me habia dejado el menda) y por fin me concedió mi pitillo. "Pero no mueva los brazos asi como si estuviese fumando de verdad" hice un gesto raro como un Truman Capote con pitillera. Posicioné la colilla con el extremo encendido hacia dentro al estilo obrero o centinela fumando de noche y le pregunte si eso estaba mejor. La cara le exploto en una amplia sonrisa y me dijo que si, asi todo iria bien. Aún así, cada vez que tomaba una calada, miraba a mi alrededor como alguien apunto de cometer alguna fechoría. El hacía lo mismo, era una situación bastante ridicula a decir la verdad. Un Británico en una playa sagrada, donde no podía beber una cerveza....... ni fumar un pitillo....... y también me fijé que todo lo de comer, no tenia ni carne ni pescado, sólo verduras. Ya que había establecido algun tipo de amistad con éste ser algo peculiar, le pregunté porque toda la playa me habia estado observando. Me contesto con una risa que los ingleses estabamos locos que era peligroso no estar pisando tierra firme y que salir a nadar era un gran riesgo. Cuando llegué a Goa unas semanas más tarde me dí cuenta que muy pocos indios saben nadar. Se quedan a escasos metros de la orilla chapoteando y salpicandose con risas, pero siempre pisando la arena. Las mujeres obviamente aún envueltas en saris, que ya de por si hubiese complicado el tema de nadar. Despues de un par de lassis decidí que me habia cansado de esta playa "sagrada" y me dirigí a la parada de los tuk tuks, no iba a cruzar ese mar de carbón otra vez, ni pasar por la sauna del bus municipal, a las tres de la tarde. Pasé el resto de mi estancia haciendo lo que más me gusta, paseando sin rumbo, sacando Nikons mientras esperaba el bus litera a Mysore. Salí un mediodia, con la mochila repleta de samosas y bhajis y dos libros de segunda mano en inglés, de un vendedor callejero, 'un breve espacio en el tiempo' de Stephen Hawking y ' donde se han marchado los lideres' de Lee Iacocca, quien fue CEO de General Motors. Llegaría a Mysore la mañana siguiente sobre las 06,30 después de un sueño reponedor a bordo de mi bus litera, como los viejos tiempos cuando trabajaba por LSD. | |