Monday 4 March 2013

El táxi me recogió del hotel sobre las cinco de la madrugada, mientras que Delhi seguia envuelta en niebla. Quería llegar con bastante tiempo para coger el shatabdi express de las 06,15 hacia Lucknow. El shatabdi, se supone que es uno de esos trenes que para en pocos sitios y llega rapidito a Lucknow y tambien es algo mas caro. El trayecto de Delhi a Lucknow en éste tren tarda unas seis horas y me dejaría en la ciudad sobre las tres y pico. Desde el momento que sale el tren, un funcionario empieza a repartir tacitas de té complementarias. Una hora más tarde, toca más tacitas de té y un desayuno hindu, algo insulso. Mientras que el tren salía de la ciudad y me puse a comer mi tentepié vegetariano, fuí bendecido con el espectáculo de decenas de indios en cuclillas, a lo largo de la vía, difrutando de su cagada matutina. Imaginaros la escena, a las siete de la mañana, mojando mi chapati mustio, en un dahl( lentejas) marrón oscuro y viscoso, mientras que los vecinos dejan sus evacuaciones y saludándote al pasarles. La cosa curiosa era que cuando el tren perdía velocidad y en algunos puntos llegaba a parar, los cagones levantarìan una mano en gesto de mendigo, pero sin levantarse y siguiendo con lo suyo. Me preguntaba si tal vez esperaban que los pasajeros bajasen del tren para dejarles un pequeño déposito, mientras que ellos dejaban el suyo. El shatabdi aumento la velocidad y las vistas de paisanos defecando se turno a bufalos arando, kilómetro tras kilómetro. Después de media monotona hora, concilié el sueño hasta llegar a Lucknow. Eran sobre las tres de la tarde cuando entrábamos en la impresionante estaciòn gótica de Lucknow. Me tomé el tiempo saliendo de la estación, preparándome para lo que me esperaba fuera. Hordas de taxistas gritándome y en algunos casos hasta intentando cogerme el equipaje y arrastrarme hasta su vehiculo. De ahí a un  hotel o pensión donde cobrarán una comision por llevarte. Al final de todo, ví a uno de estos taxistas que no estaba haciendo el más mínimo esfuerzo por ocuparse de mi, tranquilamente limpiando sus uñas. Decidí que éste iba a ser mi conductor. Giré el petate dejándolo en posición vertical, como si de un escudo romano se tratase y con la Lowepro bien sujeta a la espalda me dispuse a cargar contra la multitud hasta llegar a mi tío. Los demás, que no conocían la maniobra bergen de Mingy se apartaron quejandose, mosqueados. No lo esperaban, pero yo tenía mucha prisa y el tiempo apremiaba.Le pregunté si estaba en su descanso o si le gustaria llevarme al hotel Golden Orchid. Una joven simpática, envuelta en un sari me recibió en la recepción y al mirar mi pasaporte, me informó que tenía una habitación reservada. "Lo sé", la contesté.
" Les llame anoche para hacer la reserva". Se me ocurrió que fué un intercambio muy peculiar. Le informé al conductor, ya camino al hotel que necesitaba contratarle para lo que quedaba del día, pero que la mayor parte del tiempo estaría esperándome sin más. Después de haber llegado a un acuerdo economico, le dejé esperando en el aparcamiento del hotel mientras que yo subía disparado a mi habitación. Tenía que darle forma a mis cajas de cartón enrolladas, llenarlas con la mercancia de Delhi, cambiar dinero, encontrar un sastre para envolver el paquete y llegar a correos antes de las cinco y media, cuando ya cerrasen las puertas. Eran las cuatro. Con la ayuda de una cuchilla de afeitar y un rollo de cinta ancha tuve las cajas formadas, rellenadas y selladas en veinte minutos. Las lancé con precisión a la parte trasera del ambasador y a buscar una oficina de cambio lo más próxima a correos posible.Después de pasar casi otros veinte minutos en tráfico, imagina mi felicidad al encontrar una oficina de Western Union pegada a la de correos. Pero no solo eso. Pegados a la acera una hilera de costureros de paquetes que cobraban trescientas rupias por bulto y tenía las cajas envueltas, cosidas y selladas con lacre en veinte minutos. Ese tiempo aproveché para cambiar doscientos euros y cuando la última gota de lacre calló, cogí los bultos y salí a toda mecha hacia la taquilla de extranjeros. Los trámites de envío, debidamente cumplimentados y pagados, llegué de vuelta al táxi a las seis y cuarto, empapado en sudor y extremadamente exhausto. Le dije al conductor que en cuanto me devolviera al hotel, su dia habia acabado. Un pollo dopiaza y unas botellas de kingfisher y estaba con los angelitos, en mi cama de lujo en la orchidia dorada.

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